#ProtejanALasJugadoras
Los países de América Latina, más allá de compartir una privilegiada localización geográfica, nos encontramos hermanados mediante una herencia colonial que se refleja en distintos ámbitos de nuestra cultura. La población latinoamericana se caracteriza por tener una calidez muy particular, la cual enamora e invita a las personas de todo el mundo a visitar esta maravillosa región.
De la misma forma en que los países latinoamericanos poseen un sinfín de virtudes que son reconocidas en todo el planeta, también es cierto que comparten una narrativa de inseguridad, inestabilidad económica e impunidad multisectorial. Siendo ésta última, la razón por la cual miles de personas día a día alzan la voz para obtener justicia.
El deporte no es otra cosa más que el reflejo de los claroscuros de nuestra sociedad y como tal, también ha sido alcanzado por las prácticas más deleznables del ser humano. Las demandas de abuso y acoso sexual (incluido el estupro) cada vez son más comunes y las voces de las víctimas han adquirido una resonancia histórica.
En esta ocasión, y de forma desafortunada, el fútbol nuevamente se ha visto inmiscuido en acusaciones ligadas a delitos sexuales en contra de mujeres. Las encargadas de dar la cara y exigir justicia a las autoridades competentes fueron las jugadoras de la selección venezolana, quienes, a través de un comunicado, denunciaron a Kenneth Zseremeta por haber cometido abuso y acoso, físico, psicológico y sexual en contra de gran número de futbolistas venezolanas durante los años 2013 y 2017.
El tema de Zseremeta no es un caso aislado, ya que las gimnastas del equipo olímpico de Estados Unidos también llevaron a la Corte un asunto similar. En un acto de valentía y sororidad, más de 300 mujeres declararon ante el tribunal los abusos que cometía el entonces médico del equipo, Larry Nassar. Actualmente, Nassar está cumpliendo una condena de entre 40 y 175 años de prisión por diversos cargos de conducta sexual delictiva.
Ambos ejemplos poseen un patrón que se repite y que permite que estos depredadores sexuales sigan cometiendo delitos sin que sus conductas sean reconocidas y a la postre, castigadas. Este elemento es la complicidad de Confederaciones, Federaciones y Ligas que prefieren darle la espalda a las víctimas, con tal de no perder el statu quo y así evitar escándalos que manchen la reputación de las instituciones. Este aparato de corrupción e impunidad se ha encargado de perpetuar estas conductas; asimismo, es tan complejo, que resulta complicado imaginar los alcances del mismo.
La carrera de una futbolista está llena de situaciones que la obligan a creer que su presencia en el alto rendimiento se debe a muchas razones, menos a su talento y profesionalismo. Muchas figuras masculinas de diversos cuerpos técnicos (con distintas responsabilidades) se han auto-adjudicado características paternalistas que prometen procurar a las futbolistas y les garantizan apoyo incondicional antes, durante y después de cada entrenamiento y/o partido de fútbol.
La estrategia de estos sujetos se basa en la normalización de conductas pasivo-agresivas, así como en la degradación de la personalidad de las víctimas. En virtud de lo anterior, los ataques psicológicos las orillan a pensar que el único aliado que tienen, es justo su abusador.
Cuesta trabajo imaginar el tormento que tuvieron que pasar las futbolistas venezolanas durante tantos años. El daño físico quizá pueda tener fecha de caducidad, pero el daño psicológico resonará en sus vidas por el resto de sus días.
La principal tarea de los clubes debe girar en torno a asegurar un ambiente saludable de trabajo para directoras técnicas, auxiliares, jugadoras y en general para todas las mujeres que desempeñan un cargo dentro de un equipo de futbol. Aunado a lo anterior, cabe señalar que la ausencia de denuncias se debe a que las jugadoras no encuentran las herramientas para expresar su sentir, ni el respaldo por parte de sus directivas, lo que significa que habrá que trabajar en el respeto a las sobrevivientes y evitar a toda costa la re-victimización.
Deyna Castellanos, quien es poseedora de un enorme reflector gracias a los triunfos que ha cosechado principalmente en el Atlético de Madrid Femenino, fue la encargada de ser la portavoz de este comunicado firmado por otras 23 jugadoras de la sección de Venezuela. Esto pareciera un tema menor, sin embargo, hay que aceptar que existen voces que generan un eco mucho más grande, por lo que se aplaude que las figuras más mediáticas tomen la batuta de estos movimientos, ya que su presencia sin duda hará que más víctimas se sumen a este tipo de causas.
La pregunta que mucha gente se hace es por qué no se hizo la denuncia en su momento, y la respuesta es muy sencilla: cuando ocurre una situación de abuso, la víctima se encuentra en una relación de poder, donde el abusador utiliza estrategias psicológicas para hacerle entender a su víctima que lo que está sucediendo es completamente normal y que si llegasen a enterarse otras personas, las consecuencias van desde la humillación, hasta la posible pérdida de su trabajo (en este caso, su carrera futbolística).
No se trata de cuestionar a Deyna Castellanos el momento o la forma en que hizo la denuncia; por el contrario, pensemos en los procesos que enfrentan las víctimas para llegar a la asimilación de ciertas conductas realizadas en su contra. Tampoco se está cuestionando el debido proceso, ni la presunción de inocencia; lo único que este texto busca es mostrar solidaridad hacia las víctimas y hacer que este tipo de conductas sean erradicadas por completo del fútbol femenil, sólo así se cambiará la narrativa de este deporte en México y en el mundo.