Perdón por tan poco, Maribel
¿Cuántas veces hemos escuchado, o incluso nosotros mismos hemos afirmado que los tiempos pasados siempre fueron mejores que el presente? Estamos tan familiarizados con esta aseveración, que la hemos adoptado como argumento favorito para justificar la enorme cantidad de problemas que azotan a la sociedad moderna.
Está científicamente comprobado que la actividad humana ha desencadenado una serie de fenómenos que han hecho que nuestro planeta no esté viviendo sus mejores años y el resultado es que en la actualidad el esplendor del que alguna vez gozó nuestro ecosistema, quizá hoy sólo sea una agradable anécdota.
La idea de que la evolución únicamente ha traído problemas a nuestra existencia, es una completa falacia. Si tomamos en cuenta que ciertos sectores de la sociedad han visto pasar ante sus ojos los momentos más terribles en la historia del ser humano, entonces podemos asegurar que, con el paso de los años, hemos construido un tejido social mucho más justo y en donde cada vez hay más oportunidades de desarrollo, especialmente para los grupos vulnerables.
Maribel Domínguez, al igual que muchas otras mujeres a lo largo de la historia, fue víctima de un fenómeno que inundó el imaginario colectivo, el cual, de forma inexplicable, le asignaba un género predeterminado a las actividades científicas, culturales o deportivas. Siendo estas últimas las que mayor impacto han recibido por parte del pensamiento humano, ya que, desde temprana edad, se fomenta la práctica de ciertas actividades físicas única y exclusivamente en sectores específicos de la población.
El futbol femenil en México ha tenido un crecimiento exponencial y cada vez es más común que la Liga BBVA MX Femenil esté presente en las conversaciones sobre fútbol en todo el país. A pesar de ello, los cánones tradicionalistas nos han enseñado que las niñas no pueden patear un balón simple y sencillamente por el hecho de haber nacido como mujeres. Lo anterior puede verse reflejado en el patio de cualquier escuela del país, en donde a las niñas se les ve platicando entre ellas, cuidando el statu quo y preocupándose por alcanzar los cánones de belleza dictaminados por una sociedad machista y heteronormada.
Pero “Marigol” tenía otros planes. Ella tenía claro lo que quería hacer por el resto de su vida; sabía perfectamente que, si había algo la hacía feliz, era jugar futbol. Nadie en su entorno podía creer lo que estaba pasando. Y es que ver a una niña pateando un balón, más allá de sorprender, comienza crear cuestionamientos en tu cabeza sobre lo que la sociedad nos enseñó desde edades muy tempranas.
La ignorancia de su entorno, sumada a los sesgos de género que aún en la actualidad se presentan día con día, orilló a Maribel Domínguez a tomar una decisión que le permitió ejercer el derecho al libre desarrollo de su personalidad: crear una especie de álter ego (de género masculino) para poder ponerse una playera, un short, unas medias, unas espinilleras, unos tennis y así poder jugar futbol.
Tristemente esta historia no es, ni será la única en donde un ser humano tenga que adoptar una personalidad y/o identidad ajena a la suya, con el único objetivo de alcanzar la felicidad. Todos hemos escuchado alguna vez relatos de sueños que se han visto truncados por la presión social o porque tal o cual persona no encaja en el molde que la sociedad les asigna a determinadas actividades.
Para fortuna de Maribel Domínguez, su esfuerzo, dedicación y atrevimiento, la llevarían a lugares inimaginables y la pondrían en un pedestal del que nada ni nadie podrá bajarla nunca más. Independientemente de los goles, los reconocimientos, las anécdotas, los triunfos y, lo más importante, las alegrías que el futbol le regaló, la vida de la ahora Directora Técnica de la Selección Femenil Sub-20 ha cambiado por completo, ya que hoy tiene la dicha de transmitir todos sus conocimientos y experiencia a las futuras generaciones de futbolistas mexicanas.
La deuda que la sociedad tiene con la máxima goleadora de la Selección Nacional es incuantificable. Todas y todos debemos replantearnos nuestros sesgos de género y comenzar a crear contextos más favorables para que las y los niños nazcan, crezcan y se desarrollen dentro de una sociedad que les garantice el acceso a una vida libre de violencia y discriminación.
Por menos Marios y más Maribeles.